BUSCANDO PISO (cuento)
Se sabía de memoria los anuncios de habitaclia, fotocasa, trovit, yaencontré y los de cada una de las inmobiliarias de su zona. Todas las agencias de la ciudad tenían sus datos y la avisaban cada vez que surgía una oportunidad que se adaptase a sus necesidades: tres habitaciones, ochenta metros, todo exterior, finca con pocos vecinos.
Había visitado docenas de viviendas y no le había gustado ninguna. Ninguna. Al entrar, no se fijaba en la cantidad de habitaciones o de metros cuadrados, en la luz natural, el estado de la instalación eléctrica o en si el baño necesitaba reformas. No. Nada más poner el pie en el interior del piso, ella notaba cosas, sentía cosas, veía cosas, percibía cosas. Le llegaban, a través de la piel, las vibraciones de los antiguos habitantes del lugar y, por alguna razón que se le escapaba, sentía con una autenticidad pasmosa si entre esas paredes había abundado el llanto, las peleas, los malos tratos o la tristeza, o bien, por el contrario, el apartamento en cuestión había albergado amor, cariño, besos, buena onda, buen sexo o hasta orgías. Ella lo veía todo.
A veces había sentido que en la vivienda que estaba visitando se había producido algún delito, como en el caso de una violación en grupo a una víctima desprevenida que había subido al piso a por la última copa. Allí había permanecido el atroz recuerdo, atrapado en las paredes, y ahí lo había visto ella, como una película en una pantalla, nada más entrar al dormitorio. Cuando eso sucedía, tenía que correr escaleras abajo, presa de un ataque de pánico o de una crisis de ansiedad, y tenía que sentarse en la acera, hiperventilando, para recuperarse de la monumental agitación.
Los vendedores la conocían ya, y aunque disimulaban y miraban para otro lado, poco a poco empezaron a estar todos hartos del comportamiento de aquella clienta que les daba tan malvivir, esa cuya sensibilidad extrema les obligaba a ser más psicólogos que comerciales inmobiliarios. Con el transcurrir de los meses fue corriendo la voz, y el caso de la compradora hipersensible que veía fantasmas donde no los había se hizo lastimosamente famoso. Cuando ella llamaba interesándose por un piso, ningún vendedor quería mostrárselo y era siempre el becario de turno o el vendedor nuevo en la empresa el que tenía que comerse el marrón.
El caso es que, un día, sintió que el piso que estaba a punto de visitar vibraba con la pulsión demoníaca de la muerte. Pero no de una muerte pasada, sino presente... o tal vez futura. Nada más entrar, se le cortó la respiración y tuvo que contener un desmayo. Se agarró al marco de la puerta para no caer de bruces e inhaló profundamente, con una técnica que le había enseñado recientemente su nuevo profesor de yoga.
-Congelador -musitó, mientras señalaba con el dedo al fondo del largo pasillo.
La vendedora, una joven inexperta a la que nadie había prevenido sobre las características de la compradora visionaria, clavó su mirada en el otro extremo del corredor que comunicaba la entrada con una luminosa sala que daba a un patio interior. Dejó a la clienta en el vestíbulo, inhalando y exhalando compulsivamente, y echó a andar.
En efecto, un congelador igual que los que tienen los bares que venden helados, se hallaba disimulado bajo pilas de libros y objetos variopintos, en el interior de un pequeño trastero que quedaba a mano derecha de la espaciosa habitación. "Seguro que nadie ha reparado en este trastero", se dijo la vendedora. "Menudos impresentables. Me dicen que el piso está vacío y no lo está". La vendedora colocó entonces la mano encima del congelador y notó, a través de una imperceptible vibración, que el electrodoméstico funcionaba.
Quitó los objetos que cubrían el aparato. Lo abrió. En su interior, cortados con destreza de matarife, la totalidad de miembros de un cuerpo humano adulto: dos piernas, dos brazos, el tórax y una cabeza, esta última envuelta en una bolsa de basura de las de color azul.
Mientras llamaba al 112 vio, de reojo, que su clienta se había acercado al lugar del hallazgo y que, con ojos desorbitados y una visible alteración, miraba al interior del arcón abierto, se agarraba la ropa a la altura del pecho y se desplomaba justo después, víctima de un mortal ataque al corazón.
©Mireia Vancells - Septiembre de 2019